Cuando veo a dos tíos como armarios abrazarse llorosos, con la bandera de España pintada en la cara y una bufanda al cuello en pleno mes de julio, el impulso de vergüenza ajena es enterrado al compartir con ellos el sentimiento de ser superfans. Afortunadamente no he sido llamado a ser seguidor de ningún equipo y mucho menos de una bandera, por lo que la emoción que despierta en mí un partido de fútbol es equiparable a acompañar a mi abuela al dentista. Eso no quita que ese impulso descontrolado, que te lleva al ridículo extremo frente a tus semejantes, sea despertado por las más variopintas situaciones.
Hoy me ha reconfortado volver a sentir esa alegría indescriptible cuando he llegado a la estantería de la Fnac donde pone cantautores, y le he visto, todo verde (en homenaje a mí, supongo) hablándome sin articular palabra y mirándome detrás del emblistado. Desde hace años, tengo la manía de pensar que hay discos fabricados expresamente para mí, por lo que cuando cojo el CD deseado lo recibo como si fuera un regalo colocado ahí para que yo lo cogiera, y lo pagara claro. Curioso regalo.
Evidentemente esto no deja de ser una frikada como un trailer de 15 metros, pero a mí me hace tremendamente feliz. Por eso celebro la llegada de Pedro, como celebraré la de Sergio y la de Tontxu que están a punto de parir, vamos, algo similar a lo que me sucede cuando oigo por primera vez la sintonía de GH después del verano, o aparece Merche en pantalla... Ains, qué friki soy y cómo me mola.